Canarias
Cuando la salud naufraga
Cuando la salud naufraga
Corto documental sobre el día a día de los migrantes, su salud mental y física, y un sistema que, más que cuidar, enferma.
¿Acogemos personas o enfermamos personas? ¿Puede España dar a las personas migrantes una acogida tan nefasta que las haga enfermar? “La salud naufraga” es el resultado de una investigación que refleja las múltiples formas en las que se vulnera el derecho a la salud en la Frontera Sur.
Es un hecho que España enferma a las personas migrantes que llegan a nuestras fronteras. ¿Cómo? Con una acogida nefasta, con falta de información y de alternativas y con una insuficiente atención médica y psicológica que mina su salud mental día a día.
“La salud naufraga” es también la denuncia valiente de personas en una situación extrema, pero, tan generosas, que deciden dar un paso al frente y denunciar. A todas ellas, gracias por luchar contra todas las enfermedades, incluida la injusticia, como dice el lema de Médicos del Mundo. ¿Qué hemos comprobado? Que la acogida en España enferma. Las condiciones higiénicas, la deficiente alimentación, el hacinamiento, la falta de información y un largo etcétera generan sufrimiento y deriva en un diagnóstico grave: estamos enfermando a personas, física y psicológicamente.
¿Acogemos personas o enfermamos personas?
Las condiciones de acogida
La investigación de Médicos del Mundo sobre el estado de salud de las personas migrantes que han llegado a nuestras costas es clara: las condiciones de acogida que les damos terminan por enfermar a las personas. La deficiente alimentación e higiene, la falta de información y la insuficiente atención sanitaria en los macrocentros de acogida en las Islas Canarias han afectado gravemente a su salud. Tanto así que muchas de estas personas han abandonado los recursos y han preferido vivir en la calle, donde su vulnerabilidad se multiplica.
Makha pescaba en las playas de Senegal hasta que les “vendieron hasta el mar”, reprocha. Hace tiempo que salía a faenar y que los barcos volvían sin nada. “Hay que buscar otras salidas, así que cogemos los barcos y venimos a España, a Italia, Francia...”. Así llegó a Tenerife, tras 8 días de trayecto, cocinando en la patera y echando muertos al mar.
Ahora Makha vive en la calle, junto a unos 300 compatriotas, en el sur de una isla canaria. Todos ellos abandonaron los recursos de acogida en los que estaban. Han pasado de comer tres bocadillos al día allí a compartir una olla antigua de hierro en la que cocinan sin prisa un trozo de pollo con verduras y en la que mojan pan de molde sin parar para que la comida alcance a todos.
¿Por qué se fueron? Por desinformación. De repente un día, en el lugar en el que estaban alojados los separaron por nacionalidades y trasladaron a otros centros a todos aquellos que no eran senegaleses. Entonces entendieron que preparaban una repatriación y, sin ninguna información y muertos de miedo, cogieron su bolsa y se marcharon a esconderse a la calle. “No hemos puesto nuestra vida en riesgo para ahora ser devueltos”, dice Makha.
Pero vivir en la calle es duro. Estos chicos se organizan por turnos para conseguir comida y algo de jabón. “Es mejor así para no asustar a la gente de la isla”, aseguran. El resto del día, nada, la nada. Rumiando sus propios pensamientos, compartiendo miedos y frustración en una playa tinerfeña, bajo una tienda de campaña y una lona a modo de techo. En la noche, algunos hacen guardia y cuidan de los pocos enseres que tienen mientras el resto de compañeros buscan lugares en los que resguardarse y descansar; como aparcamientos, estructuras de edificios en obras, habitaciones compartidas cuando consiguen algo de dinero, etc.
Así que, en estas condiciones, cualquier problema de salud se convierte en una barrera más. Un día Makha se cayó y se hizo una herida grande en la pierna. Fue a un centro de salud para que le curaran y encontró, hasta en dos ocasiones, una negativa por respuesta. “Me dijeron que si no tenía papeles no me atendían. Me fui triste y preocupado, pero pensé que quizás aquí la ley funciona así", explica. Así que el joven durante días limpió su herida cuando algún vecino le daba agua e intentó protegerla cubriéndola con una mascarilla desgastada. La venda que buscaba quedó, junto a su derecho a la salud, en alguna ventanilla de admisión del centro sanitario que se negó a atenderle. Enfermamos a personas y después no las curamos. ¿Acogemos personas o enfermamos personas?
Una salud mental malherida
El deterioro generalizado que hemos podido observar en la salud mental de las personas que llegan a la Frontera Sur resulta francamente alarmante. Estas personas sienten una tremenda frustración por muchas causas: cuánto tiempo estarán en el centro en el que viven, cómo gestionar los papeles que necesitan, etc. Sin actividades socioculturales y educativas que hacer, les dan vueltas a sus pensamientos una y otra vez a lo largo del día. Les duele la carga de estar aquí varados sin poder trabajar y enviar algo de dinero a sus familias, que es para lo que han venido.
Insomnio, crisis de ansiedad, dolores de cabeza. El declive de su salud mental deriva en el abuso de psicotrópicos para calmarse y poder conciliar el sueño. También hemos observado autolesiones e intentos de suicidio. No ver sentido a un encierro sin alternativas, sin información para entender el contexto, a la espera de la nada. A todas las preguntas, la respuesta es “mañana”. Y mañana nunca llega.
Younes esconde su timidez bajo un hilo de voz y su integridad tras un muro de hormigón en un descampado de Gran Canaria, donde vive desde hace demasiadas semanas. Para vivir en las calles de Las Palmas achicó agua de la patera donde vino, con garrafas cortadas por la mitad, durante seis días. Younes dice que el mar nos iguala ante la muerte, pero que lo que encontró al llegar al muelle de Arguineguín fue mucho peor. Asegura que cada paso del proceso migratorio desde que llegó a España ha sido peor que el anterior. De Arguineguín pasó a uno de los hoteles habilitados temporalmente para la acogida, y de ahí a uno de los macrocampamentos de Gran Canaria, Canarias 50.
Consiguió un pantalón y unos calzoncillos tras días en el hotel, pero se siguió bañando con agua fría en el campamento. Poca comida y menos baños, la dificultad de dormir por las noches sobre lonetas, el hacinamiento, la falta de información y la escasa atención sanitaria. Un día llovió tanto que las aguas residuales inundaron su cobijo. Fue entonces cuando decidió marcharse. Vivir en la calle y vivir en este lugar no tiene que ser muy distinto, pensó.
Junto a dos compatriotas, se resguardaron en un solar sin edificar, donde para acceder hay que saltar el muro que lo cerca. Metidos dentro de un contenedor de obras en una zona con riesgo de desprendimiento de la montaña, pasaron días sin comer, ducharse y beber hasta que un vecino grancanario vio a Younes pidiendo agua. Samuel, con un salario mileurista, hace de comer una vez al día a los tres jóvenes, les lava la ropa una vez a la semana y les invita a un helado sin necesidad de hablar el mismo idioma.
Tras cinco meses, Younes asegura estar agotado y mentalmente acabado. “Es difícil hablar con mis padres, necesito cargar el teléfono e ir a una zona wifi. Cuando no podemos hablar se preocupan por mí, y cuando les llamo lloran y lloran sin parar. Es lo que me tiene psicológicamente enfermo”, explica el joven de 24 años.
“Vivimos en el horror, no se puede dormir, uno se duerme por puro agotamiento”, sentencia. Pero Younes dice que no se le ocurriría ir al médico si tiene algún problema, bastante tiene con esconderse tras un muro para dormir, como para exponerse públicamente, que puedan reclamarle su identificación y que exista la posibilidad de ser expulsado. Solo quiere trabajar para ayudar a sus padres, que con 75 años aún trabajan y viven de alquiler en Marruecos.
La respuesta ciudadana
Ante la sinrazón de la Administración gestionando una crisis humanitaria previsible con una acogida nefasta está, una vez más, la ciudadanía canaria, que ha demostrado que solo se necesita voluntad y sentido común para ofrecer una acogida digna.
Muchas vecinas y vecinos canarios han visto a cientos de migrantes marroquíes y subsaharianos deambulando en sus calles en los últimos meses. Ante la rabia y la frustración por las condiciones de acogida que empujaban a los chicos a vivir en la calle, la vecindad se ha organizado en múltiples grupos y plataformas intentando dar una respuesta asistencial, social, humanitaria, sanitaria, jurídica, etc. Donde el Estado no ha llegado, han llegado ellos y ellas, con pocos medios, pero mucha voluntad.
Agradecemos a la consultora Demofilia su colaboración en este proyecto.
Mbaye y Modou son dos jóvenes senegaleses que llegaron hace siete meses a Gran Canaria en patera. Al principio estuvieron en uno de los hoteles que se habilitaron durante el pasado invierno para acoger temporalmente a miles de personas. El trato recibido en el hotel no fue malo. Pasado un tiempo, les dijeron que los trasladaban a un macrocentro en Tenerife y que tenían que firmar unos papeles. Mbaye, Modou, así como una veintena de compañeros, se negaron porque no llegaban a entender dónde iban y con qué condiciones. “Nos obligaron a aceptar algo de lo que no teníamos información, así que nos marchamos”, explica Mbaye.
Acabaron viviendo en la calle, durmiendo a la intemperie en las playas de Las Palmas de Gran Canaria, con serias dificultades para acceder a un plato de comida, ropa limpia y una ducha. Sin embargo, un día conocieron a un grupo de vecinas grancanarias, que frustradas por la incapacidad de gestión del Gobierno y tristes por ver a sus nuevos vecinos malviviendo en la calle, se organizaron para dar una respuesta ciudadana de la manera más simple: con un grupo de Whatsapp.
Así fue como Mbaye y Modou conocieron a Nanda, una vecina que abrió las puertas de su casa y colocó dos colchones en el suelo para que los jóvenes durmieran bajo un techo. Nanda trabaja durante el día, así que es por la noche cuando acoge a los chicos, les ofrece una cena, una ducha y un colchón donde descansar despreocupados del desamparo de la calle y del abandono de un país desarrollado. A la mañana, los chicos siguen vagando por la calle, comiendo en comedores sociales y vecinales; varados frente a las aguas que un día les permitieron llegar a Gran Canaria y que hoy les impiden seguir su camino, reunirse con familia en la península.
Fue gracias a esta acogida ciudadana que Mbaye, asmático, pudo enfrentar un ataque de asma con un traslado al centro sanitario y con el calor de alguien a quien le preocupó su salud, como Nanda. Pero ¿qué sucede con los cientos de chicos que no tienen el respaldo de nadie y que tienen problemas de salud? Este año de pandemia casi todas las personas del mundo hemos entendido la importancia de ser atendidas por un profesional sanitario cuando lo necesitamos, ¿quién no entiende entonces el riesgo para la salud que supone vivir en la calle o en los inhóspitos macrocampamentos? Hay formas de acoger que enferman a las personas; la última crisis migratoria en las Islas Canarias es una de ellas.